Son las 5:45AM (12PM en Chicago) y aquí estoy, esperando al taxi, innecesariamente pronto.
Ayer me olvidé el cargador del portátil en la oficina O_o
Idiota? Descuidada? Puede. O simplemente, saturada de tantas horas seguidas entre cuatro paredes, de tantas cosas pendientes y de perder el tiempo en algo que no es mi responsabilidad. Frase que odio tanto como empiezo a interiorizar. No es cuestión de no querer, sino de no poder.
Siempre creí que querer es poder. Desgraciadamente, las asignaciones laborales no funcionan así. Cuando tu tiempo está copado al >100% no puedes permitirte el ayudar a alguien más allá de responderle cuatro emails con explicaciones mal escritas y ristras de links. O convertirte en el workaholic que no detesto estructuralmente.
Ir directo del trabajo a la oficina y de ahí, a casa, te deja exhausto. La falta de movimiento, te resta energía. Algo que estamos acostumbrados a leer pero que no terminamos de creer hasta que lo experimentamos en la propia piel. El miércoles fue diferente. Porque madrugué y empecé el día corriendo. Los problemas no parecían tan complicados y el mundo me sonreía de otra manera, igual que yo a todo aquel que se cruzaba en mi camino - incluida yo misma.
Me fui a Viena relajada. Tomándome la mañana en casa. Yendo a correr. Llenando la maleta de modelitos veraniegos. Volví feliz. Nadie te cuida como mamá, ni hay nada como las vacaciones.
Me voy a Chicago estresada, inflamada, maldormida. Tras una noche casi en vela y una semana de stress. Sólo espero que el viernes marque el tipping point en este cuesta abajo y sin frenos. Que toque fondo. Que el viaje a Chicago cambie las cosas, a mejor, igual que lo hizo el de NY.
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