La orilla sur del Malären, a 10min de casa, el domingo pasado.
Suecia tiene un
consumo extremadamente elevado de café per cápita. En la oficina, podemos usar la máquina gratis además de que cada mes, se nos obsequian con un
té a descubrir en el surtido, que es una forma de hacer menos aburrida la ingesta periódica de líquido caliente.
Aquí, todos tienen desarrollada la conciencia ecológica. Los contenedores del vidrio se llenan, la gente acumula latas para llevarlas al supermercado y recuperar dinero. No sorprende que todo el mundo acuda al chorro de cafeína caliente con su propia taza, para no malgastar vasitos de papel.
Todos rellenan pero nadie friega.
A menudo me descubro mirando a la gente con los ojos como platos -
será por ahorrar agua? - cuando esquivan el fregadero para ir derechos a la cafetera. Algunos, irónicamente, aclaran la taza, dejando el agua correr a chorro -
que siempre limpió mejor - pero evitan el
fairy. Nunca entenderé la razón que se esconde tras todo esto, aunque supongo que ellos no serán capaces de entrever por qué sonrío tanto, mientras canturreo
dirty, dirty, rich.
Los días pasan, todo sigue congelado. La capa de hielo que cubre las ramas es cada vez más gruesa, las manos se me siguen durmiendo, no hablo con nadie en todo el día, nada funciona en esta unidad. Era frustrante... Eso de pasarte el día dándole vueltas a los mismos problemas que no está en tu mano resolver - pero que cual haitiano, se ceban en tí. Ahora, como con el frío, he terminado por acostumbrarme.
Termino lo que sé. Si quedan cosas pendientes que se me escapan, pido ayuda y si no la consigo - ha habido gente contestando emails con frases como "hasta que no me pongan a trabajar contigo, no contestaré ninguno de tus mails", me resigno. Sin intentar entenderlo. Porque con las cosas que ocurren sin ningún motivo pero aun así, nos hacen sufrir, no hay nada que hacer, mas que dejarlas pasar e intentar centrarse en lo demás. Como los emails de mis niñas, encontrarme con Enrique por sorpresa tras el curro o pasear, con Lady Gaga, hasta casa.
Hoy 12+1, he ido a por mis gafas nuevas. Que, como todo, también tienen historia.
Cuando vives en un país en el que todos los días te vistes igual, donde guardas el reloj en el bolso porque llevarlo puesto por la calle termina por congelarte la muñeca - en serio, nadie se imagina el frío que puede acumular, donde no te pones pendientes porque se te enganchan entre la bufanda, la capucha, el cuello vuelto y el pelo, donde zapatos significa botorrones de GoreTex, todo lo que te queda para presumir son tus gafas.
Había leído que la empresa tenía que pagarte los cristales, así que pensé en concederme un pequeño capricho y cambiarme la montura. No encontraba nada aquí, así que probé suerte en España... Haciéndome con esas frames redondeadas que significarían un cambio radical en mi careto diario. Qué feliz, caminando sobre el hielo hacia la óptica. Con mis monturas spanskas y ése folio que el señor óptico tenía que rellenar para que me pagaran los cristales. Qué poco me duró la alegría:
- Lo siento. Esto sólo aplica si tus gafas las usas única y exclusivamente cuando estás frente al ordenador del curro.
- Pero hombre... Si las llevo siempre que estoy trabajando!
- Ya, pero también fuera, así que NIET.
:'(
Sin subvención me quedé y los cristales que me ha tocado pagar con ese adorable 26% de IVA.
Supongo que lo de los suecos es no mojarse. Con lo mucho que les llueve, están bastante hartos, así que optan por escurrir el bulto y no tirarse el rollo en ningún caso. Extremadamente honestos o pasotas, pues la línea que los separa es bastante delgada. Gente que no te hará daño, que no se meterá en tus asuntos, pero que tampoco te ayudará directamente. Tú en tu casa, ellos en la suya y Dios, en la de todos.
Lo irónico del asunto es que, como diría Pablo, cuanto más tiempo vives aquí, más rancio te vuelves. Como diría Vero, te has quedado en modo salvapantallas. Y como diría yo, nos estamos asuecando. Bueno o malo, como diría Enrique, es lo que hay...