Parece que fue ayer, pero hace ya un año. Supongo que es la sensación que conlleva, eso de aferrarte a lo que no quieres dejar atrás.
En Japón, antes de que abandones el país, te hacen una Sayonara party. Consiste en beber mucho y en que te regalen cosas que tocan la fibra sensible, a menudo con tarjetas donde la gente deja mensajes tan sinceros y emotivos, de esos compañeros de trabajo que, terminan por convertirse en tu círculo allegado. El día siguiente es duro, resacoso y deprimente. Una de esas veces en las que parece que saltas al vacío, mientras todo gira tan deprisa a tu alrededor, que termina por parecer un sueño.
Mi último día en Japón lo pasé por Shibuya, Shinjuku, Harajuku. Paseando por todos los rincones que os he enseñado mil veces, que tanto adoro y echo de menos. No fue precisamente agradable. Dejar de vivir en Shibuya, olvidar el latido de los rascacielos desde el salón y los paseos por Yoyogi el finde, dejar de codearte con rockabillies, niños en kimono y ladies who lunch. Meter los trajes en un cajón, porque los customer meetings con intérprete se acaban, igual que los karaokes de disfraces y las pestañas postizas.
Es duro despertar de una vida, que era tu sueño convertido en realidad. Abre una herida que te desangra de desesperación, al encontrarte en un mundo que no es el que te inspira, sin capacidad de reacción. Trato de ser positiva, de pensar que todo pasa por una razón, que por cada cosa que pierdes, ganas otra, pero no puedo evitar soñar con que llegue el día... En que se me abra la puerta para volver.
Estoy cerca de mi madre, de mis amigos. Tengo un gato maravilloso. Pero no pasa un día, sin que eche de menos la energía de las calles de Tokyo, la sofisticación Asiática, el metro y la sensación de aprender continuamente cosas fascinantes, desde el idioma hasta la cultura, pasando por las tradiciones milenarias que conviven con la gente más kistch del mundo.
Hace mucho tiempo que opté por dejar de hablar de mis sentimientos. Simplemente, porque a nadie le importa como te sientes en realidad. Es más sencillo juzgarte en base a lo que "debería ser" en su cabeza. Te miran con caras raras cuando dices "me estoy adaptando a vivir en una ciudad pequeña". No entienden, ni entenderán por qué Málaga nunca será Tokyo y nunca lo podrá reemplazar. Te empujan al paredón, por preferir una vida que te motive, aunque sea en la distancia y no tener planes ni remotos de quedarte embarazada, como se espera de las mujeres casadas de tu edad.
El lado positivo es que sigo trabajando con Asia. Hay días en los que pienso que se trata de lo único que me mantiene con vida, lo único que me permite sentirme conectada con ese lado del mundo donde, siento que encajo mucho más que en este. A veces, hay suerte y me sale un viaje en el que me vuelvo a sentir viva y "en casa", por largo o corto plazo (da igual lo infernal que sea, siempre y cuando se trate de GMT+). Supongo que la oportunidad de ver a mi madre y amig@s es lo mejor de vivir en Málaga, pese a que no consiga eliminar el vacío que siento a diario, cuando esa gente que tan feliz me hace, deja de estar cerca.
No ha sido un año fácil. Se nos quemó la cocina, me rompí un dedo del pie, terminé en un juicio para que no nos deshaucien, ya que el casero ni paga la hipoteca, ni tiene seguro sobre la casa que nos alquila. Todo esto sola, con Enrique en USA durante casi 5 meses. Creo que una gran parte de mi percepción está asociada a esta casa, que a veces parece "haunted". Espero con que nuestra mudanza (en un par de meses) empiece a sentirme más en casa y menos como alguien que vive de prestado en una pensión de mala muerte. Encenderé una vela, esta Semana Santa.
PS: Hemos rediseñado el blog para que sea más fácil de navegar y se vea mejor con el móvil, espero que os guste la nueva versión, pero como siempre... Agradezco que dejéis un comentario con vuestra opinión.