Nail art in Japan.
Las mujeres japonesas podrían definirse por sus manicuras. Rosas y decoradas con perlitas, cristalitos, purpuritinas, lacitos, florecitas y corazoncitos. Una ñoñería que empalaga y sorprende, por su popularidad en los pasillos de mi oficina. Allí, en el templo impenetrable del baño femenino, todas tienen su pequeño armarito.
Donde guardan cepillo y pasta, además de un arsenal de maquillaje que haría las delicias de mi querido Alvarito - para la que no lo sepa, el mejor estilista del mundo. Tienen un resorte, que les lleva a retocarse en cuanto cruzan la puerta y enfrentan un espejo. Algo acojonante, cuando lo observas en otros lugares como el baño del metro o el del City Ward de Shibuya, donde hemos ido a recoger nuestra alien registration card que es una especie de ID Japonés para inmigrantes.
Presión o dedicación personal, las admiro profundamente. De hecho, quiero aprender a ser más como ellas, menos como yo. A invertir más tiempo/dinero en mí misma, en las cosas que de verdad me hacen sentir bien (como salir a correr o pasear entre la gente) en lugar de en lo que es normal pero acaba por hacerme daño como el nomikai (fiesta de beber con los compañeros de trabajo) al que fuimos el viernes. Me duele, que no se pueda tener todo en la vida. Me fastidia, tener que perder esos momentos de socializar con los que comparto mi día a día. Me repatea, que lo único que podamos hacer "juntos" sea comer y beber. Mi gran pena es el aceptar que con mi desorden tiroideo, el menor exceso... Se convierte en 3kg de más. Que pesan como una losa y hacen que la ropa me venga a reventar.
Pero en fin, mejor dejar mis historias cansinas para otro día y centrarse en la parte oscura de la sociedad.
Las uñas en Tokyo brillan. Pero yo me pregunto por qué es tan importante que una mujer sea kawaii? Mi respuesta, hoy por hoy, es el machismo intrínseco de una sociedad donde la presión por tener una determinada apariencia, comportamiento y talla, es brutal. El viernes, para mi desgracia, choqué con el muro que te hace despertar. Entre Tokyo y Yokohama, metida en un JR Tokaido - el tren que va de Tokyo a Yokohama - a reventar (como en la tele, pues es real) noté que el hombre empaquetado tras de mí no me dejaba de sobar. Al principio pensé que sacaba el móvil, simplemente. Pero al rato, tanto pasar y traspasar la mano, me empezó a mosquear. Fue una situación muy desagradable, pues no me podía ni tan siquiera girar (el transporte público aquí puede ser muy duro) hasta que llegamos a Kawasaki, donde se bajaron más de la mitad.
Me alejé como pude de él y cuando arrancó de nuevo, le miré con todo el asco que me había dado tiempo a acumular en los largos 20 minutos entre Shinagawa y Kawasaki. Pensé en decirle algo, abofetear su alfeñique cuerpo o empezar a berrear sin más. Hasta que me fijé en los tatuajes, que cubrían sus manos, como sólo los yakuza se atreven a llevar. Así que me callé, apreté los dientes y grité en silencio. Que esta gente es muy chunga, nunca sabes lo que puede pasar. Ahora entiendo bien el por qué de los vagones de mujeres (rosas, en los que sólo nosotras podemos montar) y de la cámara del iPhone, cuyo sonido no se puede quitar.
En fin. Un pedacito más. De cómo los locales reciben a los japoneses nacidos y educados en otro lugar, hablaremos en otro momento. Toca dormir, que mañana…
Salgo a descubrir el embrujo de Shanghai!
2 comments
Me chifla leerte, siempre tienes tanto que contar...
Jo, pobre, qué mal rato debiste de pasar...
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