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28.3.10

The Bell Tower

Ring the bell three times, you will be safe all the year.


Nunca estuve particularmente interesada en China.

En la distancia ignorante de Zaragoza, me resultaba demasiado grande, demasiado poco desarrollada. Únicamente generando ropa sintética, knock-offs y restaurantes de segunda que inundaban la ciudad - no me culpéis, pero el pasarme una noche vomitando y levantarme con puntos por la cara, tras una visita al chino del barrio, me marcó. Un país que carecía del toque cool de Japón o los caracteres estilizados de Korea.

Al mudarme aquí conocí a muchos Chinos, con los que me tocó compartir tareas Universitarias. El concepto fue de mal en peor. Incapaces de reconocer las cosas que no habían comprendido, se limitaban a sonreir, asentir y copiar lo que habías hecho - en lugar de contribuir con su parte - empleando miles de horas pero sin conseguir ninguno resultado de provecho. Dramático pero cierto. El comunismo te golpeaba en la cara, con una cultura que teme hablar por sí misma, que se ve atacada por las miradas directas y que ha aprendido a obedecer sin rechistar. La censura y el miedo sólo conducen a una falta de criticismo que puede ser muy peligrosa.

Pero también me crucé con otros. Otros de los que aprendí mucho. Como Pakwing, que un día, nos dejó a todos boquiabiertos, por no caer en Quién era Da Vinci?

"Sacrilegio..." - pensé súbitamente

"...EL MÍO!" - terminó siendo el juicio final.

Sorprenderse de la ignorancia ajena es tan estúpido como creerse el ombligo del mundo. La cultura Europea es muy interesante, pero carece de la complejidad y extensión de la que goza la asiática: Podía mencionar yo a un sólo artista Chino? Sabía algo de su historia? Not really...

Así me llegó la primera cura de realidad. Aprendí a respetar a los chinos.

Años después, allá por 2007, me dirigía a casa por Navidad. La portada del Economist fue la que me golpeó en la cara. No mercy. El dragón dispuesto a engullir al antiguo continente.


Les temía. Les temo. Están entre nosotros. Aun así, hay demasiados que cometen el error de menospreciarlos... Inocentes. Son más inteligentes de lo que muchos creen, más organizados, más trabajadores. Están acostumbrados a la dureza, dispuestos a hacer lo que sea por conseguir su parte del pastel. Huawei, Geely... Todas esas compañías que en silencio, pasan a controlar lo que era nuestro. Son ejemplos de cómo es la sociedad.

La gente trabaja hasta altas horas de la noche. Regatean, construyen, cocinan, lo que sea. Aprecian lo bueno, la autencidad - me dejaron bastante patidifusa con afirmaciones como "ése bolso es auténtico, como tus gafas, verdad?"; "... entonces no regatees, que puedes pagar de sobras". Conocen su Mah Jong, saben con quién se la juegan en cada momento. Tienen toda la paciencia del mundo e invertirán todo el tiempo necesario hasta que te hartes de esperar y aceptes sus condiciones, con tal de cerrar el trato.


Me timaban hasta en la frutería, haciéndome pagar las Fuji a precio de 7/11 sueco. Y yo salía sonriente, hasta que era demasiado tarde.


Por limitada que ande la natalidad/hogar, siguen siendo mucha gente. Beijing tiene el doble de habitantes que Suecia - y casi la mitad que España. Asusta. Cuando coges un taxi hasta La Gran Muralla y los polígonos industriales/tiendas/restaurantes parecen no tener fin. Letreros ininteligibles que se suceden, mientras te sientes más y más pequeño, más y más indefenso. Se nos van a comer con patatas. Como me decía Evan - raised in L.A: En 30 años, todos hablaremos Mandarín.


A veces pienso que no hay riqueza suficiente en el mundo para todos y que, el hecho de que su lado de la balanza suba, desplaza el nuestro, inevitablemente, hacia abajo. Sin embargo, el apunte optimista de Evan me hizo reconsiderar mi postura. Ojalá tenga razón y no sólo estén equilibrando la balanza, sino que además la desplazan hacia arriba on the overall. El mundo sería más justo si todos tuviéramos acceso a lo mismo.

Por desgracia, el problema medioambiental sigue palpitando en mis sienes y ése, no hay optimismo objetivo con el que mirarlo. Tres días en Beijing bastan para provocarte una tos muy extraña, que no viene de ningún virus, sino de la polución polvorienta del aire. Nadie puede beber agua del grifo sin hervirla antes - de ahí que los Chinos beban agua caliente -muchos pasean con mascarilla con buenas razones para ello:

- De qué sirve todo nuestro esfuerzo?

Desperante pero cierto. Hagamos un simple ejercicio.

Un país, como Suecia, donde todos reciclan, cogen el transporte público, ponen baja la calefacción, ahorran agua y prescinden del coche, por razones medioambientales. Donde la gente compra orgánico y el ser vegetariano es aplaudido y respetado hasta en la cantina más cutre de Kista.

Una ciudad, como Beijing, que duplica al pequeño país eco. Donde todos conducen coches, la gasolina sale regalada, la calefacción sume a los edificios en un clima tropical, la basura se acumula en las calles tanto como el nylon en los mercados. Fábricas que producen descontroladamente, con trabajadores a jornada doble. Infraestructuras para la exportación de tal envergadura que permiten a tiendas cutres - como la tienda de gadgets a la que alguien anda enganchado - enviar gratuitamente a través del Pacífico. Cualquier envío, aunque sea menor de 1€, llega a tu buzón sin recargo alguno.

No seré el jinete del apocalipsis, pero creo que no me falta razón al dudar de la efectividad de nuestras acciones. Como el Dem Collective, deberíamos unir nuestra fuerza como consumidores e invertir en menos decisiones algo más conscientes. Pensar en el precio de esas cinco camisetas tan tiradas de precio y quizás optar por una, algo más cara, de procedencia más segura. No sé si hay solución, no sé si es ésta la adecuada. Pero dos viajes a Asia tan seguidos me han dejado marcada.

Vivimos en la ilusión del poder occidental. En realidad, estamos en sus manos.
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