Aoyama-Omotesando-Shibuya-Daikanyama. Mis zonas preferidas, todas a lo largo de la línea que une mi casa con mi trabajo - isn't it great?
Me gusta caminar. Del trabajo a casa. Caminar en silencio, escuchando la radio de Hed Kandi. Olvidarme de todo. Observar a la gente pasar. Ir leyendo el katakana, sin pensar en nada más. A veces, sacaré el mapa, para comprobar que voy en la dirección correcta. Eso es todo lo que me llega para pensar. Es algo simple, que añade otra dimensión al día que está a punto de terminar.
Tomar el aire. Sentir el embrujo de las mil luces de la ciudad. Supongo que es un hechizo similar a la belleza natural de Estocolmo, que resulta más alucinante ahora, porque acabo de llegar. Realmente da igual por qué, pero el caso es que mi paseo pone la guinda al día y me prepara para descansar. Dejándolo todo atrás. Las pérdidas de ayer ya están recuperadas y Enrique, a punto de aterrizar. Todo volverá a la normalidad pronto o mejorará, al empezar a disfrutar del barrio en algo más que soledad.
Echo en falta a mamá, hablándome al otro lado de la línea sideral. Pero bueno, si no es hoy, mañana será. Cuento los días, para que me confirme que de verdad va a venir. No es tanto por mí, sino por ella. Merece esta oportunidad de descubrir una realidad tan fascinante y radicalmente distinta a su entorno habitual. Aunque no haya llegado a tiempo, para forrarse abriendo una boutique a medida en la ciudad, siempre le queda la opción de descubrir los mil matices de esa enorme capital.
Un día más que se va, uno menos, para que él vuelva y no me deje sola nunca más. Lo extraño es que no me encuentro mal. Es una paz especial, un poco como la vida en Estocolmo, donde nada pasa, ni nadie te viene a criticar… Una oportunidad para reflexionar, para asentarme en mi nueva realidad.
Y a vosotros, qué tal os sienta la soledad?
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