Los días de Enrique, comenzaban como los de Gisele Bündchen, con un batido de frutas.
Seguidos de un paseo por la jungla (tras la sesión de buceo pertinente).
Parece el set de LOST, verdad? Palmeras, caminos, furgoneta perdida del Equipo A.
Una pequeña gasolinera, de esas que venden el 1.5l a 50 BAHT.
Buddha dorado en medio de la frondosidad.
De repente, el cielo se nubla y te cae encima todo el agua del mundo… En forma de tormenta tropical. Justo en el peor momento, cuando estás al otro extremo de la isla, sin moto y con el iPad encima.
Aún así, el camino a casa sigue siendo un espectáculo exhuberante a cada paso que das.
El lounge perfecto - con piscina infinity incluida - pasado por agua.
Acantilados redondeados, puentecillos por los que sobrevolar el mar.
El sol termina por salir, los niños se bajan a columpiar.
Otro lounge. En éste, sí que te quedas a reposar. Tras el drama de volver a casa, te has ganado una Chang.
Hasta sus majestades se alegran, desde el improvisado altar.
Antiguos los templos no serán, pero limpios como una patena… Están.
Pila de cocos.
Pequeño gimnasio local - atención a las pesas oxidadas.
Una de las atracciones en la isla, el esqueleto escondido de ballena.
Andamios de madera.
Casitas a las que fugarte, para no regresar jamás.
Voleyball, anyone? Resulta que por las mañanas es imposible jugar - la marea está tan alta que casi llega a cubrir la red.
La humilde residencia de Enrique. Sin agua caliente, ni internet. 5€/noche cuesta residir en el paraíso tropical, para el que esté dispuesto a soportar las incomodidades asociadas a vivir en una isla casi virgen, donde el turismo masivo no ha llegado a destrozar los parajes.
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