La depresión postvacacional es el bofetón de stress tras unos días libres donde sólo contaban tus instintos. Sin reloj, sin obligaciones, sin compras ni limpiezas. Sol y tiempo libre que, mágicamente, llenaban tus días por completo.
La cosa empeora al volver enfermo, con diarreas y ciática, a este mundo que empieza a perder la luminosidad veraniega para tornarse frío, húmedo y melancólicamente silencioso. No sé, siempre hay detalles que alegran una mañana gris en la que caminas en ayunas, con medio litro menos de sangre, de camino al encierro geek. Agua que refleja el eco de un alma que, simplemente, trata de aterrizar.
Dos manzanas y un vitamin well después, se ve la cosa de otra manera. El sol sale y los jeans empiezan a agobiar. Nadie espera que el sol brille como en Grecia, pero todavía lucha por calentar, todavía me anima a salir a pasear.
Cuanto más comparo ambas fotos (sin retocar) más alucino de lo que cambian los colores, de la vida que irradia la segunda en contraste con la calma eterna sueca de la primera.
Así que me armo de valor y salgo a lo que más me gusta hacer: explorar. Cuando no hay nuevas islas que recorrer, los sitios de siempre en distintas estaciones son una opción igualmente apetecible. Hoy, he subido a Hammarbybacken, la montaña artificial que reina en nuestro cachito urbano hipersostenible aka Hammarby Sjöstad, donde mejoré con el snow el invierno pasado. No había nieve, pero las perchas estaban en marcha. La puesta de sol que, en invierno nunca llega a brillar de esa manera, dejaba en silencio, anonadados a los muchos que andábamos por allí.
Un grupo de cuarentones rapados, al estilo de Artemio, ultra-caminando montaña arriba, echando la foto y bajando deprisa, acelerados como van siempre. La pareja que se pone romántica. La niña que se intenta poner en forma. Y yo, que intento curar mi ciática.
Un cuadro típicamente stockholmiano. Como dormir antes de las 23 :'O
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