The Perfect World

Mi casa, mi ciudad, mis niños. Bañándonos en sol y con un calor anómalo acompañándonos, como el mejor guía turístico. Es extraño, pero estos días, sentía que mi mundo se había convertido en el paraíso. Donde lo tengo todo, donde nada me falta. Donde soy feliz a cada segundo y me río a carcajadas como solía hacer… Antes de partir para no volver.

Ellos se han ido, pero nuestros padres siguen aquí. Da mucho que pensar, especialmente ahora que vamos a dejar todo lo conocido atrás, a nuestra segunda familia en tierra y al trabajo esperando a que volvamos tras una temporada en el más allá. Él está conmigo, pero sé que hasta cierto punto da igual. Pues siempre quedan huecos que la otra persona no es capaz de rellenar.

En España, la gente habla del desempleo. En Estocolmo, del clima.

Es un signo simple de que vivimos en una sociedad del bienestar. Sí. Nos sentimos tremendamente afortunados por que nos va bien. Pero la espina sigue clavada, como un sordo dolor que tratas de olvidar pero te martiriza en los momentos más inesperados, cuando pasan esas cosas que te gustaría compartir… Con quien no está. La duda aparece en ese momento, cuando cuestionas en silencio el punto hasta el que merece la pena luchar en esa soledad relativa, alejada de todo aquel que significó algo en tu ciudad natal. Pero es el destino, cada uno elige el suyo y lo mío… Siempre fue volar. Lejos. Para aprender de los demás.

Así que partiré con ilusión, pero llevándoles a todos muy presentes en el fondo de mi corazón. Porque su energía es mi combustible y su cariño, mi fuerza para luchar. Gracias por dejarme ser parte de vuestra vida, porque os quiero de verdad.