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12.1.12

Diving the Great Barrier Reef (Cairns)

Supongo que ninguno de los dos éramos conscientes de en lo que nos embarcamos al reservar hueco en Passions of Paradise, uno de los muchos cruceros de buceo que salen de Cairns a diario.





Bucear en el Gran Arrecife de Coral - Great Barrier Reef - era el plan. Nos daban gafas, aletas, desayuno, merienda y lunch. Una charla de biología marina y una cámara resistente al agua. Lo único que pintaba mal era el madrugón: Zarpar a las 7:30 no está nada mal, para el último día de vacaciones.

Una vez en el velero, con el desayuno entre pecho y espalda, se mencionó la posibilidad de probar un dive. 10 minutos con la botella y el respirador, en los que podías experimentar lo que es bucear. Agarrado a una cuerda, frente al monitor. Transcurrido ese tiempo, el monitor te preguntaría si querías seguir adelante y unirte a una aventura de media hora, por el arrecife de coral.

Te explican como respirar, como limpiarte las gafas, como descomprimir las orejas, hinchar el chaleco, quitarte y ponerte el respirador, patalear. Una empanada mental, que no pesn tanto como el equipamiento y el miedo a los irrikanjis, que son unas medusas pequeñitas cuyos tentáculos son los más venenosos del mundo - muy abundantes en Cairns en esta época del año - de las que el traje de lycra trata de protegerte.





Sentado en popa, miras las olas pasar. Pruebas a respirar. Tratas de recordar. Hasta que llega el momento, de arrastrar tu pesado cuerpo escaleras abajo y saltar con los demás.



Caes al agua. Te empiezas a agobiar. Mete la cabeza, respira por la boca, patalea. Observa los gestos del monitor, repite sus indicaciones. Pero por favor, cálmate de una vez.



De repente, te hacen agarrar la cuerda roja, que está a un metro bajo la primera. Empiezas a atisbar el mundo mágico que esconde el fondo del mar. La ansiedad se calma, pues toda tu atención está centrada en lo más fascinante que hayas visto jamás. Mágicamente, la respiración se convierte en algo natural. Aleteas grácilmente, sólo quieres bajar más.



- Are you ready to go down?
- OK!

Agarras al monitor del brazo. Desciendes a ese mundo de fantasía que se despliega ante tí.

Sin gravedad, cual astronauta, pierdes la sensación de existir y te integras con las maravillas submarinas, esas mil formas y colores, que en silencio, se agitan con armonía.

Posando bajo el mar.


Un arrecife de coral es la forma de vida más grande, diversa y fascinante de la tierra. El Great Barrier Reef formado de corales duros y blandos es visible desde el espacio. Los corales duros están constituidos de pólipos que viven en su esqueleto, microorganismos que crecen sobre ellos, los cuales producen hidratos que nutren al pólipo durante el día. Los pólipos están interconectados, de manera que si uno come todos los demás reciben energía. Estos microorganismos son responsables de los colores del coral. Sin embargo, si la temperatura del agua se eleva entre 1-2C durante unas 6 semanas consecutivas, los microorganismos pasan a secretar radicales libres (en lugar de hidratos) que son tóxicos, por lo que el pólipo los expulsa, produciéndose un blanqueado del coral. Dado que los pólipos sólo cazan de noche - extendiendo sus tentáculos venenosos hacia el exterior de los pequeños agujerillos en los que viven - los nutrientes de sus presas no son suficientes y tarde o temprano, terminan por morir. De ahí que el calentamiento global represente una gran amenaza para esta forma de vida.



En torno al coral, viven algas, anémonas, peces pequeños, grandes, tortugas de mar y almejas gigantes. Es un mundo de ensueño que aparece ante tus ojos.



Las anémonas no son más que pólipos hiperdesarrollados que carecen de esqueleto y tienen los tentáculos extendidos todo el tiempo. En torno a ellas, viven los peces payaso (aka Nemo) cuya piel está recubierto de una proteína que los hace inmunes al veneno de la anémona. De esta manera, la anémona se beneficia de la curculación de agua que el pez payaso produce a su alrededor (más flujo, más nutrientes) y el pez, puede comer microorganismos que crecen en torno a ella. Simbiosis, de nuevo.



Tuvimos la suerte de pasar cerca de una tortuga de mar, que tranquilamente andaba pastando unas algas. Las tortugas de mar son animales con una vida muy larga, que alcanzan la madurez sexual a los 50 años y sólo salen a la superficie cuando van a desovar. Recuerdan a sus primas de tierra, aunque tienen un esqueleto diferente, que no les permite esconder la cabeza en la coraza.




La almeja de metro de lado es ENORME en relación con el pez payaso

Quizás, lo más sorprendente del día, fue la almeja gigante. Sus labios, blanditos y maquillados oscuros están salpicados de lentejuelas turquesa que reflejan la luz cual pequeños diamantes de nácar. Dentro de su boca hay unos agujeros por los que el agua circula, que tienen el fondo pintado de un naranja vivo, que parece arder en su interior. Si acaricias su mullido interior con los dedos, se cierra con suavidad. Pero luego vuelve a abrirlos, en cuanto detecta que nada malo le va a pasar.









Así pasamos nuestra primera hora, contemplando la biodiversidad simbiótica del arrecife. Una vez fuera del agua, nos acercamos a Michaelmas Cay que es el islote principal del parque natural de Upolu. Básicamente, un pegote de arena formado sobre el coral. Donde anidan muchísimos pájaros, que convierten la playa en una pesadilla de tensión a lo Hitchcock.



Tras reponer energías con frescos productos locales (ensalada, gambas, fruta) nos dirigimos a Paradise Cay, donde nos decidimos a hacer un segundo descenso. Ahí nos tenías, los que planeaban bucear con tubo, terminaron cual Ariel y Sebastián.


Nuestro monitor y los peces de colores comiendo de su mano.


La sirenita


El fondo, cuando bajas otros 7m en profundidad.


Haciendo la rana.


Magic lilac


La base de las boyas y los millones de pececillos nadando a contracorriente.



Sin el miedo inicial, ni la tensión de cómo respirar disfrutamos de verdad. Relajados, a bastante más profundidad que en Michaelmas Cay, nos dejaron nadar solos (en la proximidad del monitor). Mil peces de colores, bancos y un amigo gigante que parecía querer saludar - cuando en realidad, lo único que buscaba, era la gamba que el monitor escondía en su pecho.



No hay palabras para describir lo que sientes. Comunión con la naturaleza en su forma más pura, en silencio, sin perturbar. Peces que nadan a tu alrededor y ni se inmutan, pues tus suaves movimientos no se asemejan en nada a la velocidad con la que un depredador se desplaza bajo el mar.

Es algo completamente nuevo. Un gran reto que afrontar. El miedo al agobio, al no poder respirar. Causa inseguridad, no sabes si serás capaz. Sólo es cuestión de mantener la calma, creer en tí mismo, en que es posible y seguir adelante, con confianza pero conciencia de hasta donde puedes llegar. Poco a poco, lo terminas por lograr. Como con todo el la vida, una vez pasado el mal trago, obtienes más de lo que nunca habrías podido imaginar.

Definitivamente, un gran regalo de Reyes, el perfecto broche final para unas vacaciones sin igual. Algo que todo el mundo debería probar, antes de morir, para entender lo insignificante de nuestra existencia en l fascinante biodiversidad.

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4 comments

Lara Cereza said...

pero qué wayy!!! aunque yo que soy doña agobios y me da miedo meterme más de 2 metros en la playa calcula!jajaj me encantaría hacerlo de todas formas!

Amuakkk^^

n said...

Qué pasada!!!!, esta experiencia y el viaje entero.

sonia said...

precioso
y me encanta la gomita de la flor
queda precioso en las fotos bajo el mar!

Clau said...

Hubo mucho cachondeo con la flor, porque los monitores menpreguntaban que si se podía mojar y yo con mi cara "esto es plástico de los chinos"! Tercera que me compro este año, que las de Ibiza estaban poco sujetas y se despegaban de mirarlas.
Supongo que lo mágico es ver esas mismas flores en directo, en cualquier jardín crecen que da gusto.

Lo que tiene el clima tropical... Los tifones lo destrozan todo, pero la flora y fauna crecen con una belleza única!

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