Tras atravesar los maravillosos colores del Otoño bajo una lluvia que nos pilló a mitad de subida (cuando no había paraguas, ni ganabas mucho de tirar para atrás) conseguimos alcanzar la cima. Algo que siempre es reconfortante, especialmente cuando es posible encontrar café caliente y el único baño en todo el camino. Pero en realidad...
La magia real apareció al despejarse las nubes. Por primera vez en nuestras vidas… Contemplamos un ARCOIRIS COMPLETO, de lado a lado del horizonte. Metáfora, no? Por negras que se pongan las cosas, es cuestión de aguantar lo suficiente, algo maravilloso está siempre por llegar.
Este post va especialmente dedicado a mi mamá. Que como yo, detecta colores en lugar de objetos. Algo que le lleva a adorar las hojas del otoño, casi tanto como admira a los montañeros. No creo que llegue a escalar el Everest, pero a mi manera, soy una exploradora sin igual.
Mi reto es otro. Romper las barreras socioculturales, los estereotipos, la desigualdad, porque no hay raza, sexo, orientación que supere a otra. El valor reside… En la diversidad.
Arce japonés, bien rojo.
Unas carpas bajo hojas de arce.
La paz del camino por el que pocos turistas se llegan a aventurar.
No es nada escarpado… Son los japoneses, que tienden a ser un poco vagos.
Vistas desde la cima… Negro, negro.
Monumento al monje Kōbō Daishi.
No es recuerdan a los de Formentera?
Happy!! On the top :D
Ciervo que nos da la bienvenida a sus altitudes.
Estremecedoras rocas en la cumbre.
El arcoiris, para que nunca dejemos de soñar… Pues todo, puede hacerse realidad.
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