Las semanas de después de vacaciones suelen ser las más duras del año.
No es tanto el jet-lag, sino la pena de dejar a todos los que quieres tan allá. Tengo miedo de que mis primitos me olviden, de que le pase algo malo a alguien importante, como mi mamá. Echo de menos a mis amigos y me duele perderme los reencuentros pasados y los que están por llegar.
Hace tiempo, me recomendaron escribir acerca de mis sentimientos. Para que al terminar, pudiera cerrar el libro, olvidarlos allí y seguir con mi vida. Supongo que es una terapia bastante simple, pero el caso es que funciona conmigo.
Desde que nuestra querida Bárbara emprendió una nueva vida (con un nuevo amor) andamos pensando en alquilar el piso de Estocolmo. Parece estúpido, pero el caso es que le tengo un apego tremendo a nuestro palacio blanco. Y me da miedo, de que me lo cuiden mal.
Cada vez que vuelvo a casa en verano, me vienen todos los recuerdos, con una nitidez excepcional. De cuando nos mudamos, de cuando nos decidimos a comprarlo, de cuando acarreamos los muebles. Del día de nuestra boda, cuando le miraba a Enrique la pajarita mientras el apretaba los ojos para no verme antes de la ceremonia nupcial.
En definitiva, de cómo habíamos construido nuestro hogar poco a poco y no sólo eso, sino de cómo habíamos construido una vida en torno al Palacio Blanco. Irónicamente, cuando hablamos de volver a casa la gente se confunde tremendamente.
Cuando en Junio, les decía a mis compañeros Japoneses que me iba a casa pensaban que se trataba de vacaciones en Zaragoza, pero en realidad era un business trip a Estocolmo (en el que tuve la suerte de alojarme en mi propio hogar).
Cuando en Julio, les decía a mis amigos Españoles que me iba a casa algunos pensaban que pasaría por Estocolmo. Supongo que una persona puede vivir en muchos sitios, pero a la definitiva, sólo tendrá un hogar en su corazón.
Me consuela que es un sentimiento bastante común entre los expatriados que me rodean.
Te acostumbras a la vida, al trabajo, al supermercado, a la gente, a la cultura, al tiempo y la moda. Empiezas a entender hasta el lenguaje y a comportarte como uno más. Tienes a tu pareja (o hijos) cerca pero por metido que estés… Sigues sintiéndote en un hotel maravilloso, muy lujoso e increíblemente especial, de esos que siempre recordarás, pero que a la definitiva, sabes perfectamente que no es real.
Es evidente que nos falta caché para estas vistas. Simplemente, somos unos afortunados por tener la oportunidad de vivir aquí for a while. Así que mientras dure, lo pienso aprovechar. Porque esté donde esté, sólo necesito volver a dormir en mi cama una noche para que el mundo encaje de nuevo y todo vuelva... A la normalidad.
PS: Y qué más se ve?
A nuestra derecha, los distritos más busy de Tokyo: Roppongi & Shiodome (donde tengo la suerte de trabajar, ahí cerca de la Tokyo Tower)
A nuestra izquierda, una preciosa puesta de sol.
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