Formentera tiene un poco forma de plátano. Así alargada y estrecha, terminando en una punta que encara al Norte. Esta punta, también se parte por la mitad y separa la isla del islote de Es Palmador. Pero hoy, hablaremos de lo que queda antes del estrecho, esa larga y misteriosa duna que recibe el nombre de Es Trucadors.
Al ser un entorno protegido, no hay casi chiringuitos, ni baños, ni tumbonas, ni sombra, ni nada. Sólo arena blanca, aguas turquesas y los más abrasadores rayos de sol. Es bastante agradable pasear por la arena, alejarte del parking y encontrar ese hueco (ya sea en el lado del Levante o en el de la Tramuntana) en el que disfrutar del paisaje casi en soledad.
Los yates de los ricos y famosos te observan en la distancia. Por mucho que beban y griten, el viento sopla con la fuerza suficiente como para que no los llegues a escuchar. Es posible alquilar un kayak y remar hasta el islote, donde encuentras el bonus de los barros en los que rebozarte para salir con la piel más suave y el bañador (suponiendo que lleves) más sucio que al entrar. Aún así, merece la pena dar una vuelta entre los yates, aunque sólo sea por cotillear.
Los enamorados apilan rocas y crean una interesante escultura anónima, comunitaria que encaja a la perfección en éste entorno natural. Nosotros, paramos en el camino de vuelta a tomar una en El Pirata, que viene siendo un garito de moda en el arenal.
Ay la cultura del chiringuito, qué bien se nos da. Ver, ser visto, sonreír, tomar algo y no hacer ná. Serían las vacaciones ideales en la época de mi padre, pero a los que sufrimos un trabajo de oficina se nos hacen un poco demasiado estáticas, diría yo. Con un entorno así, lo difícil (al menos para mí) es quedarte quieto, sin salir a explorar.
Y vosotros, a qué le dais en vacaciones? Creo que en la playa me quedo con el SUP, el snorkel y si hay tiempo y ganas, el windsurf.
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