Odio los cambios. Me generan inestabilidad emocional. Soy consciente de lo estúpido que resulta negar, por defecto, la posibilidad de cambiar a mejor pero qué le vamos a hacer. Como cualquier otro ser humano, tengo derecho a reaccionar irracionalmente y crear mi versión de la realidad.
Ha sido una semana genial. Me gustaría haberla grabado, segundo a segundo, para pulsar el repeat y revivirla cada vez que tuviera un bache o me sintiera en soledad. Porque durante un par de días lo tuve todo y de repente... Me quedo sin nada. Mi querido marido me acompaña en este viaje, pero tristemente, hay un hueco que ninguno de los dos podemos rellenar. Porque por bien avenida que sea una relación, no hay pareja que suplante a una madre o un amigo, de esos de los de verdad. La distancia es a veces dura, pero a la vez reconfortante, porque puedes llorar, sin miedo a que nadie sufra por tu bienestar. Nadie se da cuenta, si no te da por hablar. No es tan importante, sobrevivirás y probablemente saldrás reforzado, tras recibir un bofetón más.
Mamá se ha marchado hoy. No dramatices, que es peor. Pocas palabras al apresurarse en nuestro ascensor. Se me parte el corazón, de verla tan pequeña, tan frágil y tan lejos. Se me caen las lágrimas, de pensar en que perdamos el contacto por la diferencia horaria. Me preocupa, porque sus ánimos son en muchas ocasiones mi energía, para levantarme y luchar un día más. Es un ángel, un paño de lágrimas, una artista de la aguja y un ser excepcional, que me enseñó a trabajar duro y ser humilde, por encima de todo lo demás. Quizás por eso, aprecie tanto la realidad confortable que tengo en Suecia y tenga pánico al marcharme. Sí, hemos firmado nuestro regreso a la ciudad, pero una vez que te vas… Nunca sabes lo que puede pasar.
Tras un día de fiebre y trabajo desde casa, he salido a comprar tartas para mi último día laboral. Un corto paseo por la ciudad, de la que me enamoré 5 años atrás. Hace un calor irreal para esta época del año y la gente, toma las calles para disfrutarlo mientras dure, pues todos sabemos que en cuanto se marche… No volverá. Así, pateando por mi querido Södermalm, me he pasado la tarde lloriqueando. Porque echaré de menos a esta ciudad. Tanto como a la gente, a la vida, a mis rutinicas y a todo lo que forma parte de mi entorno actual.
Así que a moco tendido sobre el sofá estaba, cuando mi querida Stina ha venido a casa, a dejarme un precioso regalo y un abrazo de los de verdad. Me ha calmado, casi convencido de que todo estará igual cuando vuelva. No sé, pero no va a evitar que me haga daño el pensar que la distancia entre nosotras se va a multiplicar. Ella es responsable de muchos buenos momentos que me hacen aferrarme de esta manera a mi realidad. Ella es parte de ese día a día que no podré olvidar jamás. Sólo espero que los planes se hagan realidad y que descorchemos el 2012 juntas, mucho antes que todos los demás.
1 comment
Jo... hoy lo pintas tan duro que casi se me saltan las lágrimas a mi... (lo llego a leer ayer y seguro que si, que tuve un día muy depre).
Ya verás como superáis la distancia. Cuando la amistad es de verdad lo puede todo, aunque no habléis tan a menudo.
Y por otro lado, seguro que hay alguna "stina" esperándote en Japón. Seguro que harás buenos amigos allí también.
Un beso,
E.
Post a Comment