Enrique nos llevó ayer de excursión. A la cola de caballo, en el Parque Nacional de Ordesa.
Supongo que las 5h de caminata fueron lo de menos. La gran lección del día - al menos, la que flotaba en mi mente - es la soledad del expatriado. Lo feliz que se puede ser con algo tan simple como un tomate maduro y una madre que te lo corte con amor. Lo solitaria que llega a ser la vida alejada de ellas y lo cuestionable que resulta la fortuna del 'indiano'. Que se fue, hizo las américas y encontró una sociedad del bienestar, a la que no pertenecía, pero donde se acostumbró a vivir. Ni de aquí, ni de allí, los recuerdos se mezclan, la identidad se disuelve y lo único que te mantiene a flote, es el cariño incondicional de la voz que siempre responde al teléfono.
Cuatro días quedan en el paraíso.
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